Era 1976. Yo recién regresaba de una breve incursión por Las Islas del Buen Audio y todos éramos más inocentes. Aterricé en la casa de un amigo mío con quién por aquella época compartía esto del sonido y sus dolores de cabeza.

- Ricardo, mirá lo que me compré en Inglaterra!

- Parecen culebras largas de colores -fue su respuesta -Que son?

- Cables especiales para parlantes.

- Tienen un aspecto bárbaro. Se escucha la diferencia?

- No sé, todavía no los probé. Pero averigualo por vos mismo, te traje un par.

Los cables eran Monitor Audio multifilares (al estilo Straight Wire) y curiosamente trenzados (al estilo XLO).Las últimas dos frases de este cuento resumen, a mi juicio, toda la verdad involucrada en torno a la discusión sobre si cables sí o cables no. No pienso esto por ser yo parte del diálogo -no tengo vanidad tan barata- sino porque ejemplifica, de una manera sencilla y clara lo que debe ser la correcta actitud científica ante algo nuevo: un poco de entusiasmo, nada de prejuicio y seis toneladas y cuarto de curiosidad.

Penúltima frase del cuentito. Alguien se imagina, por peregrina casualidad, a alguno de los protagonistas corriendo desbocadamente hacia ...el osciloscopio. No mi viejo y querido lobo de mar; éramos y somos melómanos y audiófilos -por más que a muchos se les atragante esta palabra- corrimos por supuesto, a escucharlos.

Escuchar, escuchar, escuchar. La sagrada ceremonia de poner la oreja, de revolear los preconceptos por la ventana e intentar descubrir que es lo que la vida tiene de nuevo.

He leído cientos de artículos "científicos" que donde el autor pone el carro delante del caballo y las especificaciones antes que el sonido, para terminar yéndose totalmente de tema al creer más en lo que mide que en lo que escucha, como queriendo decir: "Hey! Dos orejas tenemos todos, pero yo se sacar cuatro cuentas más que los demás. En beneficio de mi ego matemático declaro la vigencia exclusiva y absoluta de las cuentas".

- Muy señor mío, esto se trata de escuchar -debería ser la respuesta. Frases como "nuestras exhaustivas mediciones" o "el instrumental de laboratorio no detectó..." se nos presentan como la quinta esencia de la verdad más inapelable.

No lo es. Tampoco es ciencia. Es solo arrogancia en ropas intelectuales. La ciencia requiere candor ante la vida y humildad a carro lleno; no el rebuscamiento, necesario para algunos, de intentar "ver" en los números o en los instrumentos como "suena" un sistema o un componente.

Sí, estoy indignado, y espero se me note. No puedo creer la arrogancia de quienes se atreven a decirnos, a Ud. y a mí: "Eso que Ud. escucha no es cierto, por que mis cálculos y los de Mambrú demuestran que no existe". Algunos llegan al extremo de ensayar argumentos filosóficos y , porqué no, psicológicos.

Un amigo mío siempre dice: "La teoría se hace polvo contra la realidad". Es mi amigo pragmático. Otro amigo mío dice: "Si mide mal y suena bien, estás midiendo la cosa equivocada". ¿Sería muy exagerado describirlo como "mi amigo epistemólogo"?. Por favor, permítanmelo.

En el preciso momento en que Ud. cambia un cable por otro y escucha la diferencia, todo cálculo o demostración en contrario deja de tener el más mínimo significado. Pero aún cuando Ud. no detectase cambio alguno, el sentido común indica que "no escucho diferencia" y "no existe diferencia" no son la misma cosa.

Sospecho que, probablemente, estas personas que tantos trabajos se toman para evitar remitirse al oído, realmente confíen más en su saber que en sus orejas. En ese caso no me queda mas que lamentar no ser tan astuto como para descreer de mis sentidos y pedir permiso para formular una antigua advertencia:

"Quien posea como única herramienta un martillo tenderá, inevitablemente, a ver todos sus problemas como clavos".

E.C.

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